Cuando la ciudad aún era el Valle de México, existía un equilibrio significativo entre la vida y la muerte; ambas, de alguna manera se entendían como realidades que funcionaban sólo si una podía ser capaz de entender a la otra. Los aztecas solían venerar la muerte natural con rituales funerarios que involucraban la incineración del difunto y con él sus pertenencias más preciadas. Dichas cenizas se enterraban en algún espacio del hogar del fallecido junto a una preciosa ofrenda compuesta de regalos (como hoy en día seguimos haciéndolo cada 1 y 2 de noviembre).
La creencia antiquísima de que el espíritu de un muerto podría regresar a la vida sólo si el cadáver era conservado adecuadamente es parte de una de tantas ceremonias sagradas que surgieron de esa importante mezcla cultural entre Europa y América.
Los sitios destinados al “descanso eterno” fueron con el tiempo convirtiéndose en increíbles jardines rodeados de arquitectura de todas las épocas; “necropolis” que en epitafios nos cuentan ciertamente la historia de una cultura sostenida de recuerdos, o quizás sostenida de una memoria colectiva creada a través de millones de personas del pasado y que se puede sintonizar en un cementerio.
Quizás, el hecho de que hallamos perdido esa conexión que antiguamente tenían los vivos con la muerte sea la razón por la que hemos dejado de mirar los cementerios como jardines hermosos para ejercer la reflexión de ésta o incluso, como recintos museísticos de los que se puede aprender tanto de la historia del Arte en nuestra capital como de leyendas y memorias humanas que paradójicamente no han muerto, se mantienen como una especie de alma: el alma de una ciudad. Dice el Libro del Samurai (Hagakure) que, si se acostumbra, día a día, a la idea de la muerte, entonces seríamos capaces de morir con toda tranquilidad cuando llegue el momento.
Difícilmente se piensa deliberadamente en qué haremos en el momento de nuestra muerte –o si es que se va a algún lugar-, aisladamente a nuestros pensamientos vitales cotidianos. Tal vez la forma más idónea de recordar la muerte como un proceso de transmigración natural (dirían en épocas prehispánicas, al inframundo), sea visitando estos santuarios ilusorios de los que la ciudad de México aguarda algunos de los más preciados del país, tanto por las personalidades ilustres que en ellos descansan como por la diversidad de diseños artísticos extraordinarios. Algunos de ellos:
Panteón Civil de Dolores
Este espacio fúnebre es un monolito cultural, ya que alberga los restos de personajes ilustres mexicanos y con ello una variedad de diseños arquitectónicos de muchas épocas; construcciones de granito, de mármol y algunas edificaciones de acero modernas y esculturas conjugan ornamentos estilo neoclásico, neogótico, ecléctico, art déco y por supuesto prehispánico.
Es el panteón más grande de la ciudad y también de Latinoamérica. Su fundación data a 1874, creado por una empresa funeraria que más tarde vendería el terreno al ayuntamiento de la localidad, logrando en este punto absorber varios de los cementerios aledaños y con ello, abrirse al público en general en 1882.
La Rotonda de las Personas Ilustres, es como se hace llamar la fracción del terreno donde encontramos las tumbas de David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, Jaime Nunó, Francisco González Bocanegra, Agustin Lara, Juan O’Gorman, Francisco Montes de Oca entre otras personalidades artísticas, políticas y hasta científicas. Es probablemente el más bello ejemplo de Arte funerario mexicano (física y metafísicamente) y un santuario que ha enterrado las mentes más invaluables de la historia de México.
Dirección: Bosque de Chapultepec II, 11100, Ciudad de México
Museo Panteón de San Fernando
Debido a la gran epidemia de cólera en la ciudad que apareció en 1833, y al incalculable número de cadáveres -especialmente niños-, que no contaban con un espacio mortuorio, este cementerio dejo de ser un lugar exclusivo para frailes fernandinos y comenzó sus servicios como panteón público. Poco tiempo pasó para que familias acomodadas comenzarán a elegir al San Fernando como el sitio ideal para su sepultura, ya que era el único que contaba con grandes pilares que construían templos para las tumbas con un estilo romántico, entonces bastante innovador; un sitio perfecto pues ademas de lucir pequeño y discreto se trataba de un cementerio que “sepultaba” algunos muertos en las paredes, como tradicionalmente se hacia en los muros y suelos de las iglesias.
Este alucinante lugar cerró sus puertas como cementerio en 1871, y hoy en día funge como museo histórico ya que aquí se encuentran los cadáveres de Melchor Ocampo, Miguel Lerdo de Tejada, Ignacio Comonfort, Ignacio Zaragoza y quizás, la tumba más emblemática, que posee una preciosa escultura de mármol dentro de un templo de pilares estilo romano: la cripta de Benito Juárez.
Dirección: Plaza de San Fernando 17, Cuauhtémoc, col. Guerrero, Ciudad de México, Cd. de México.
Panteón Jardín
Este bello mausoleo aguarda el origen cinematográfico de la ciudad, pues a lo largo de sus pasillos laberínticos encontramos las criptas de personalidades de la época de oro del cine mexicano.
Fue fundado en 1941 y cinco años más tarde se destinó el primer “lote de actores”, que sería el espacio para los cuerpos de la Asociación Nacional de Actores. Un par de años más tarde sería insuficiente y se abriría el segundo, éste ornamentado con una gran cruz de mármol y bardeado para la protección de sus hermosas lápidas.
En el cementerio descansan actores y cantantes mexicanos (que en aquellas épocas eran prácticamente lo mismo), algunos de los más notables: Jorge Negrete, Pedro Infante, Pedro Armendáriz, Germán Valdez alias Tin-Tan y Fernando Soto alias Mantequilla. Su ubicación en el Desierto de los Leones -una de las zonas ecológicas más místicas de la ciudad-, lo convierte realmente en un hermoso jardín de la muerte, pues se encuentra ensimismado en su flora endémica que reluce con especial brillo; quizás, un resplandor de distinguida vanidad y estética.
Dirección: Desierto de Los Leones, Km 14.5, San Ángel Inn, Cd. de México
Panteón francés de la piedad
Heureux qui mort dans le seigneur (dichoso aquel que muere en el Señor), es la elegante frase que nos invita a cruzar su paraje sombrío principal. Este lugar era el destino mortuorio de extranjeros, en su mayoría franceses desde sus inicios, en 1859, y no fue sino hasta 1873 que se permitió la exhumación de mexicanos al recinto (en su mayoría de clases acomodadas pertenecientes a la época del porfiriato). También es un cementerio célebre y cuenta con la presencia de los cuerpos de personajes ilustres destacando notoriamente la figura de políticos.
A pesar de que no se considera como tal un museo, el panteón francés cuenta con extraordinarios obras arquitectónicas que entremezclan los estilos más prominentes de todos los tiempos: romántico, neoclásico, art noveau y el neogótico, que destaca exclusivamente en su capilla católica y algunas hermosas criptas que se encuentran dentro de pequeños santuarios lúgubres que nos dejan entrever fugazmente un umbral hacía la Francia medieval.
Dirección: Eje 1 Pte. Av. Cuauhtémoc, Cuauhtemoc, col. Buenos Aires, Cd. de México.
Panteón Español
De la mano al Panteón Frances, El Panteón Español es también un laberinto museístico de arquitectura gótica. Inaugurado por la esposa de Porfirio Diaz, Carmen Romero Rubio, en este lugar se pueden admirar desde esculturas celestes en finísimas piezas de mármol hasta santuarios de cúpulas preciosas, arcos ojival o lobulado y grandes alzados de hasta cuatro metros de largo. Las imágenes de apóstoles, arcángeles, vírgenes y demás concepciones teológicas inmortalizadas en esculturas de gran tamaño, se pueden encontrar tanto en las tumbas como a la mitad de los caminos, adornando las pequeñas jardineras que transforman a este cementerio en un hermoso jardín ideal inclusive para la reflexión.
Dirección: Nueva Argentina (Argentina Poniente), Miguel Hidalgo, Cd. de México
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