Xipe Tótec: el “desollado” Dios de la renovación
La cultura azteca, en sus inicios, no fue bien recibida por las demás civilizaciones que habitaban cada uno de los territorios de lo que geográficamente hoy es México. Se consideraban practicantes de sacrificios sanguinarios y también roba mujeres; nómadas salvajes provenientes de la isla de Aztlán (o Aztatlán) que en náhuatl significa “lugar de garzas”. Aztlán, según se piensa, estaba ubicada en la laguna de Mexcaltitán, en las costas de Nayarit.
Entre los años 890 y el 1111, los aztecas adquieren su carácter de nómadas en busca de establecerse en un territorio alterno. De ahí que parten al centro del territorio donde abrían de enfrentarse a culturas como la de los tepanecas, los xochimilcas y los de Culhuacan. Del enfrentamiento con estos últimos, germina una venganza peculiar y bastante lúgubre donde los aztecas son parte de una grandiosa metáfora en torno a Xipe Tótec, el dios azteca de la renovación, llamado también el “despellejado”.
Luego de haber sucumbido a su derrota frente a los de Culhuacan, los aztecas vivieron como prisioneros de la comunidad, que posteriormente les envía a combatir, como soldados mercenarios, a los xochimilcas: el grupo enemigo. Luego de una orgullosa victoria, los aztecas regresan con el señor de Culhuacan, quien previamente les había pedido traer el cadáver de al menos 8 mil xochimilcas para su confirmación. Al ser los aztecas menor numero de hombres, se ven obligados a llevar únicamente las orejas –dicen por ahí que aquél mismo código genético, ha ido persistiendo por generaciones, hasta nuestros días, y que algunas veces se devela con las estratagemas de tortura del narcotráfico. Confirmando el triunfo, aquellos de Culhuacan les les conceden su libertad y les permiten establecerse en Mexicatzingo, hoy el Estado de México.
Pero los aztecas no tomaron su libertad para dar media vuelta. De espíritu sanguinario –quienes se dicen, comieron serpientes para su supervivencia–, buscaron tomar venganza. Por ello es que un día, le piden al líder culhua, Coxcoxtli, les permita la mano de una de sus hijas para establecer oficialmente un lazo amistoso y hacerla su reina. Éstos lo aceptan y los mexicas toman a la mujer para luego dotarle de un destino fatídico del que el padre tendría que mirarlo con sus propios ojos.
Los aztecas se llevaron a la mujer y la desollaron viva. Invitaron a Coxcoxtli a la ceremonia de reverencia donde se percató de que un hombre lucía como un disfraz la piel de su hija, interpretando a Xipe Tótec. La leyenda azteca narra que este dios se habría a desollar y quitar los ojos para darle de comer a su pueblo. Xipe se asociaba con la piel humana porque era símbolo de la renovación de la piel, y en términos generales, de la renovación de un ciclo, de ahí que también se le relacionara con la enfermedad, la agricultura, la primavera y la fertilidad y los sacrificios. Era una especie de Dionisios.
El señor de Culhuacan mandó a sus súbditos a que persiguiesen a los mexicas y los arrojaran a los carrizales de las orillas del lago. Ahí, los mexicas abrían de encontrar un islote abandonado donde observaron la señal de Huitzillopochtli: el águila, sobre un nopal, devorando una serpiente. La fundación de Tenochtitlán, quien más tarde sería la más poderosa de Mesoamérica, se dio en esta región a la que fueron exiliados y dejados a su suerte. Si bien es cierto, los aztecas fueron una raza sanguinaria –pero sobre todo fieles a sus creencias de origen–, fue gracias a ello que llegaron a formar un imperio tan incorruptible que habrían de pasar cientos de años para destruirse.
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