Un acueducto es una obra tecnológica. Llevar agua de un lugar otro fue siempre una preocupación humana. La palabra tiene una raíz latina: aquaeductus. Los romanos alrededor del año 300 a.C. construyeron el Aqua Apia, el primer acueducto del mundo. Desde entonces esa tecnología se extendió en distintas latitudes. Con la Conquista de México los españoles hicieron construir acueductos. Fragmentos, ruinas de esas construcciones están por todo el país.
Fuera de la Ciudad de México, en Tepotzotlán, por ejemplo, se puede visitar “Arcos del Sitio”. Un acueducto imponente de cuatro niveles de arcos construido por jesuitas en el siglo XVIII. Durante la preparatoria iba por una carretera estrecha en bicicleta hasta llegar a ese lugar. Iba con uno de mis primos y salíamos muy temprano de Valle Dorado, fraccionamiento donde él vivía.
Sin embargo, el primer encuentro con un acueducto está ligado a un momento anterior de mi vida. Luego de vivir algunos años en la calle de Abundio Martínez de la colonia Industrial Vallejo, mi padre compró un terreno en la colonia Acueducto de Guadalupe. Ahí construyó una casa que fue mi residencia hasta que salí de la universidad. Las calles del fraccionamiento llevaban nombres relacionados al campo semántico del mar. Así, estaban en orden alfabético las calles de Arena, Brisa, etc. Nosotros vivíamos en Atolón. Cuando llegamos, a mediados de los años ochenta, había muchos terrenos baldíos cubiertos de maleza, girasoles y grillos. Lo de los grillos era realmente impresionante, en tiempos de lluvia se arracimaban en la hierba y por las noches el rechinido de su canto era más bien una pared de ruido blanco.
La casa de Atolón estaba a la mitad de la calle. Por un extremo pasaba una vía de tren que separaba el fraccionamiento de una unidad habitacional. Por el otro, estaban los restos de un acueducto del siglo XVIII. De lado de la calle, junto al acueducto había un camellón lo suficientemente amplio para los corredores de la zona. Del otro lado del acueducto estaba el cauce de aguas negras del río de los Remedios. Junto al río, había una hilera larga de pirules frondosos y altos eucaliptos.
El acueducto es novohispano y quedó ahí, atrapado en el norte de una ciudad que crecía y crece incesantemente. Se construyó con la finalidad de llevar agua del río de Tlanepantla a la Villa de Guadalupe y después conectarse con otra obra hidráulica de Santiago de Tlatelolco. De hecho el fragmento que está en la colonia donde crecí es solamente eso, siete kilómetros, un fragmento, pues hay otros vestigios que van hasta muy cerca de la actual Basílica de Guadalupe. La caja de agua está actualmente en el Parque del mestizaje dónde están también las esculturas de los Indios Verdes.
Antes de morir, en 1815, José María Morelos, ya preso, tuvo el permiso para detenerse y beber en la fuente del Acueducto de Guadalupe. Durante el gobierno de Porfirio Díaz la obra dejó de funcionar. Desde 1932 la obra es Monumento Histórico de la Nación. Muchas tardes salí a caminar junto al acueducto de cantera sólida. Algunas ocasiones me subía y me sentaba ahí a leer. Era un lugar tranquilo en medio de la vorágine de la ciudad, de la zona de fábricas de Vallejo y Tlanepantla, de la miseria del cerro del Chiquihuite. Cuando llovía olía mal. Ahí leí, por ejemplo, Robinson Crusoe y La isla del Tesoro. Ya en la universidad empecé a relacionarme con la poesía, empecé escribir, líneas breves:
Qué siento / cuando muerdo / la manzana / su masa dulce / lejanísima en la boca / la media tarde / esa caricia tuya / sobre la nuca / los eucaliptos / cerca del acueducto / sus hojas / yo / temblamos. Y así, de pronto vida, ciudad e historia se entreveran, y como a mí, le pasa seguramente a todos.
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