En el número 122 de la avenida Monterrey, en la colonia Roma, se encuentra un edificio viejo que aguarda en su gris interior la historia de Joan Vollmer Adams, esposa de William Burroughs, quien murió asesinada en un intento de destreza a la Guillermo Tell por parte del escritor. A este apartamento art decó, húmedo y un tanto lúgubre, le visitan con frecuencia extranjeros y mexicanos curiosos con la esperanza de poder conocer las paredes y los suelos que impregnaron la sangre de aquella mujer cuya muerte desencadenó los mejores textos del gran Bill. Los dueños de aquel apartamento hoy en día (3 hermanas solteras y sus 5 perros) detestan las visitas turísticas, alegando que además de no tener idea de quién era ese señor, les provoca fastidio que cada poco tiempo lleguen a su puerta extraños como si se tratara de una basílica.
Breve historia de su matrimonio
William Burroughs conoció a Joan Vollmer Adams luego de mudarse al apartamento de Jack Kerouac en Nueva York en 1944. Ambos habían sido víctimas de la guerra, pues Joan se volvió adicta a la benzedrina luego de que el padre de su hija fuera enviado a campo de batalla y Burroughs —que también había sido enviado a la guerra pero por presión de su familia influyente había logrado escapar del puesto alegando que padecía desequilibrios emocionales—, un adicto fiel a la morfina. La historia de su matrimonio comienza cuando el soldado, esposo de Joan, regresa de batalla y encuentra a su mujer ahogada en drogas, entonces se divorcian y posteriormente Joan se casa con Burroughs.
México
La pareja de toxicómanos se mudan juntos, funcionando uno de la mano de otro, hasta que William es arrestado por falsificar recetas de estupefacientes y Joan internada en la sala de psiquiatría del Hospital Bellevue. Finalmente, después de cumplir su sentencia bajo tutela a de sus padres, Burroughs logra sacar a Joan del hospital y deciden mudarse a Texas, donde nace su primer hijo, William S. Burroughs Jr. La vida familiar, como es de esperarse, no es lo suyo y nuevamente Burroughs es perseguido por la justicia por asuntos de drogas. En calidad de fugitivos, huyen a la Ciudad de México y se instalan en un apartamento de la calle Orizaba en la colonia Roma. Durante su instancia en la capital, Burroughs asiste a clases de Español en el México City College y conoce a un estadounidense que entonces se alojaba en el número 122 de la avenida Monterrey, cerca de la avenida insurgentes y Álvaro Obregón, también en la colonia Roma. La planta baja de aquel lugar albergaba al Bounty Bar, el lugar preferido de los beats para beber y recitar hasta el amanecer. Hoy en día es el local de un restaurante barato donde se sirven tacos y enchiladas.
Al estilo Guillermo Tell
El número 10 o quizás el 8 (no se tiene la certeza), de aquel edificio lúgubre fue testigo en 1951 del asesinato de Joan. La tarde se desdoblaba entre humo, tequila y jazz:
– Escucha Joan, ¿recuerdas a Guillermo Tell? –preguntó Burroughs.
– Claro, la leyenda suiza que inspiro Wilhelm Tell de Friedrich Schiler. Dispara con una ballesta a una manzana posada sobre la cabeza de su hijo. Solo por no reverenciar a su opresor.
– Exacto. ¿Te animas? Nunca he fallado.
Joan bebió lo que le quedaba de trago, y se preparó para la gran hazaña que la llevaría a las últimas de sus consecuencias.
Burroughs llenó un vaso de ginebra y lo colocó sutilmente sobre su cabeza.
– Vamos hazlo, ¡dispara!
Entre el mortífero olor a pólvora y aliento a tequila, Burroughs despertó de la confusión, de no saber qué había pasado ahí y por qué en el suelo y paredes corría sangre a chorros; por qué Joan estaba en el suelo. Los paramédicos llegaron al poco rato. Joan seguía con vida y fue trasladada a la Cruz Roja de Polanco. Para cuando llegó a la sala de urgencias su vida se había escurrido por el orificio de su frente.
Prisión
Burroughs pasó 13 días en la cárcel de lo que ahora es el Palacio de Lecumberri. Su hermano logró sobornar a abogados y jueces para que lo soltaran por lo menos hasta que se declarara sentencia. Durante ese tiempo Burroughs logró escribir Queer, su novela en la que confesaría profundamente: Jamás habría sido escritor sin la muerte de Joan.
La sentencia dictó culpable, y fue gracias al abogado mexicano Bernabé Jurado —“el rey de los tramposos, sagaz corruptor de jueces”— que logró su libertad mediante amparo. Burroughs se encontraba en Tager, Marruecos, escribiendo Yonqui, cuando su caso fue retomado por un abogado que intentaba mantenerlo culpable, al orden de la ley nuevamente sin éxito; Bill siempre se salía con la suya.
¿Y qué hay del apartamento?
Recientemente el diario El País, publicó un texto en donde el periodista Juan Diego Quesada nos describe su visita al apartamento sin éxito, pues las inquilinas no permiten visitas ni mucho menos una charla agradable: “¿Pero qué quieren ver? Es una casa normal y corriente. Que nos dejen en paz”, dijo la hermana mayor. Otras experiencias han redactado que en realidad no era el apartamento 10 donde viven las tres mujeres y sus perros, sino el 8, un sitio todavía más sombrío que se encuentra vacío y deteriorado por la humedad, o quizás, estropeado por la historia alucinante entre sus paredes: “La muerte de Joan me puso en contacto con el invasor, con el Espíritu Feo, y me condujo a una lucha de toda la vida, de la cual no tenía más que escribir para salir de ella”. – W. S. B.
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