Antes que nada, el Popacatépetl es su leyenda: la personificación mitológica (acaso geográfica) de un guerrero enamorado, de un guardián. Y es que la presencia de entes naturales tan poderosos como lo son una gran montaña, un enorme lago o un volcán, incide en los espacios y seres que los rodean inevitablemente.
Desde 1354 se han registrado 18 erupciones del imponente Popacatépetl. Localizado a 72 kilómetros de una de las ciudades más grandes del mundo, su nombre significa en náhuatl “cerro que humea”; es, sin duda, símbolo e identidad poética del Valle de México, de su horizonte, sus ciudades y pueblos. Este magnánimo guerrero tiene aproximadamente 730,000 años de edad y es uno de los volcanes más grandes del hemisferio, además de ser una potente presencia mitológica.
Cuenta la leyenda que durante el dominio de los aztecas en el centro de México, un cacique tlaxcalteca decidió revelarse contra la opresión del gran imperio; se trataba del padre de la princesa más hermosa de la región, Iztaccíhuatl, quien antes de la gran batalla se comprometió con Popocatépetl, uno de los más fieros guerreros del ejército tlaxcalteca. Antes de que éste volviera para casarse con su amada, un rival celoso de Popocatépetl le aseguró a la princesa que su prometido había muerto en batalla, y ella, con el corazón roto, murió de tristeza. Al volver y enterarse de la muerte de su amada, el guerrero mandó construir una gran montículo hecho de 10 cerros apilados en cuya cúspide colocó el cadáver de la Iztaccíhuatl. Después se sentó a un lado, para cuidar la tumba de su amada para siempre.
La leyenda se extiende al día de hoy, pues los habitantes de las poblaciones cercanas a los volcanes no solamente los consideran un ente vivo, sino que aseguran que la actividad del Popacatépetl, conocido como Gregorio o “Don Goyo”, está relacionada con su estado de ánimo, y muchos de ellos cuentan que el guerrero entra frecuentemente a sus sueños, una muestra de cómo el poderosos volcán también habita el inconsciente de quienes vivimos en sus cercanías.
Igualmente, para los habitantes de la Ciudad de México, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl son una fuerte presencia. Más allá de las consecuencias geográficas de vivir cerca de un volcán activo (en caso de una erupción, se tendrían que evacuar a alrededor de 3,000 personas), el Popacatépetl es el guardián vigilante que corona los horizontes y vistas de nuestra capital y la dotan de una belleza que ninguna otra ciudad del mundo posee.
Twitter de la autora: @imissmaria
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