viernes, 25 de diciembre de 2015

Ceremonia del Fuego Nuevo, el ritual que simbolizaba el inicio del nuevo ciclo en Tenochtitlán

Cada 52 años, durante la constelación de las Pleyades –también llamada Tianquiztli–, nuestros antepasados celebraban el Fuego Nuevo en Tenochtitlán. Se trataba de un ritual metafórico de cierre e inicio de ciclo, en donde podía terminar tanto la vida como el mundo.

Para cerciorarse de que esto no ocurriera y la vida continuara otros 52 años, se encendía el Fuego Nuevo en el Cerro de la Estrella –al sureste de la ciudad de México, en Iztapalapa– mientras se tocaba el teponaztli, el atabal, la chirimía y el caracol. Este Templo del Fuego Nuevo estaba compuesto por una pirámide, una plaza y una terraza con un centro ceremonial –en forma de santuario ancestral–. 

Dado que este ritual simbolizaba el inicio del nuevo ciclo, las alegría albergaba las calles a través de danzas y cantos. Inclusive cada hogar celebraba la llegada del Fuego Nuevo encendiéndose en una hoguera dentro del patio de la casa; en ocasiones se sacrificaban algunas aves, como las codornices, se quemaba copal y se arrojaba el humo a los cuatro puntos cardinales, se compartía el tzohualli –un platillo dulce que sólo se preparaba ese día– y se bebía agua sólo pasado el medio día.   

fuego nuevo tenochtitlan cerro de la estrella

Los aztecas solían pensar que el Sol estaba en riesgo de perecer, provocando “un escenario de tensiones”. Para evitar este catastrófico final, era vital conocer tanto los ciclos del Sol como los movimientos astrales –de la Luna, la gran estrella (Venus), Tianquiztli (las Pléyades), Mamalhuaztli (Cinturón y espada de Orión), Cólotl (Escorpión), Colotlixáyatl (“Rostro de Escorpión”), Citlalxanecuilli (¿Osa menor?), Citlaltlachtli (“Juego de pelota de las estrellas”).

En su libro El Fuego Nuevo, Cesar A. Sáenz explica que el fuego se realizaba girando fuertemente con las palmas de ambas manos un palo cilíndrico dentro del agujero de un madero rectangular; y dado que este roce era tan intenso entre las dos maderas secas que se producía casi inmediatamente lumbre:

Al madero en forma rectangular los aztecas llamaban teocuahuitl (madero divino) que también era conocido, como xiuhcoatl; el palillo cilíndrico terminaba en forma semicónica, especie de asta o saeta, y se halla dibujado en los Códices en forma de flecha y al cual le nombraban mamalhuaztli (lo que perfora o taladra). Xiuhcoatl mamalhuaztli era también la designación que se aplicaba al conjunto de ambas maderas…

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Se cree que el último Fuego Nuevo que celebraron los aztecas fue en el año 1507, y que la llegada de los conquistadores españoles interrumpió el ciclo que debía celebrarse en 1559. En esa última conmemoración, la lumbre que encendía una impactante hoguera podía verse desde Tenochtitlán, y de la cual “tomaban el fuego -que antes había sido apagado en todas partes- y lo llevaban en teas de pino a los diferentes pueblos cercanos y los de México lo conducían al Templo de Huitzilopochtli y luego a los aposentos de los sacerdotes y ministros de los ídolos”. De ahí, tanto los habitantes de la ciudad como los sacerdotes de otros pueblos lo llevaban a sus hogares.

En términos del calendario mexica, la “atadura de años” –o el Fuego Nuevo– se presentaba cuando cada uno de los cuatro años –Tochtli (conejo), Acatl (caña), Técpatl (pedernal) y Calli (casa)– había redigo trece veces. Así comenzaba un nuevo ciclo, cada 52 años. Es decir que un año azteca lo formaba 18 meses; cada mes, 20 días. Esto lo convierte en un total de 360 días y cinco días sin nombre –nefastos, llamados Nemontemi–. Sólo así se hacía el ajuste necesario con el paso del sol; permitiendo así que el siglo azteca constara de dos veces, 52 años equivalentes a 104 años. Es decir que se atan los años de 13×4 = 52 años. 

De hecho se cree que en 1507, considerado como el año de 2 acatl –o 2 caña–, fue el Fuego Nuevo más fastuoso que se celebró en el México prehispánico. Dado que la rueda calendárica había llegado a su fin, era necesario realizar un ritual tan llamativo que permitiera al mundo continuar existiendo por otros 52 años. Fue así que en el mes de Panquetzaliztli –lo que equivaldría al mes de diciembre en el calendario gregoriano–, se reunieron los señores de Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba para celebrar este solemne evento. La festividad requería entonces de tres principales aspectos para lograr que los dioses se consagraran de la existencia de la humanidad: primero, descender la flama del cielo para concretar el xiuhmolpilli –o atado de año– o el amanecer del nuevo ciclo; segundo, conjugar de Fuego Nuevo de 2 acatl con el nacimiento de Huitzilopochtli; tercero, inaugurar el suntuoso ayauhcalli –o casa de la niebla, en donde se veneraba a las deidades acuáticas y agrícolas– que fue mandado a construir por Moctezuma II, en la cima de Huixachtécatl, para la celebración del Fuego Nuevo. 

Realmente el Fuego Nuevo mexica era el renacimiento de la esperanza de vivir otro ciclo, como si el fuego tuviera la insólita capacidad de resurgir de las cenizas y crear un sitio cada vez más empoderante, fuerte e inmortal.

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Fotografía principal: Gustavo Aguado para michoacantrespuntocero.com

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