Desde el corredor escultórico de Ruta de la Amistad, cónsul modernista de la olimpiada cultural, pocas veces se ha adornado el paisaje urbano de una forma tan singular que reinterprete profundamente a la ciudad, como lo hizo la arquitectura emocional de Mathias Goeritz. Representante de esa íntima forma de arte escultórico que va desde un diminuto laberinto de papel a una serpiente gigantesca que escarba la tierra.
La guerra había manifestado lo frágil que podía ser el arte ante ese tipo de atrocidades; a pesar de ello Mathias Goeritz, continuó impulsando de la modernidad a través de la escultura, utilizando figuras geométricas para expresar la hechura del arte abstracto. Lo nos dejó una selva de piramidales, esféricas, y cuadrangulares muestras de contundente geometría, donde la utopía racional converge con el neoprimitivismo.
El contacto con la cultura mexicana y española, su estancia al Norte de África y su trayecto por Europa convergen en un esteticismo que reinventa los espacios, obras y objetos; causa y dinamiza las funciones sociales del diseño debido a que apelan a la máxima emoción.
Su proyecto meta-artístico que deviene de la guerra fría (La serpiente de El Eco, 1953) donde una figura primigenia y conceptual muestra un trabajo técnico y de proporciones que transita a lo largo de su obra. Va de dibujos y bocetos analíticos, profundos.
La naturaleza de las mismas –dibujos, bocetos, maquetas, fotografías, esculturas y cuadros sobre tabla– revela el carácter experimental, analítico e incluso lúdico de la producción de Goeritz, la cual queda vertebrada por la persistencia de un tema y motivo.
ESCULTURAS,TRAZOS,MANIFIESTOS
Los arquitectos Luis Barragán y Mathias Goeritz y el pintor Jesús Reyes Ferreira (Mario Pani, coordinador general del trazo), realizaron la obra emblemática de las Torres de Satélite, inaugurada en marzo de 1958, como emblema de la nueva Ciudad Satélite, comparte la historiadora Ida Rodríguez Prampolini, viuda de Goeritz.
Durante más de una década los créditos siempre fueron para de Ciudad Satélite; Barragán, arquitecto paisajista, y Goeritz, diseñador y creador de las torres, asevera Rodríguez Prampolini.
Entre las actividades de la Olimpiada Cultural, Goeritz —en su calidad de director de la Ruta de la Amistad— convocó a un simposio internacional sobre escultura urbana. Prosigue Ida Rodríguez, “me llama Luis, quien era mi compadre, y me invita a cenar. ‘Pero me voy a Cuernavaca ahorita (allí vivía e impartía clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM)’, le dije: ‘No importa, te mando en el coche con el chofer, pero ven.
Llego a casa de Luis y me dice: ‘mañana voy a repartir estos volantes, éste es en español, éste en francés y éste en inglés’. Eran unos tambaches así. “¿De qué se trata?, pregunté. ‘Pues léelo.’ Me da el de español, donde dice que Mathias era un farsante, que se había apoderado de las Torres cuando éstas habían sido un diseño suyo. Le digo, ‘pero Luis, estás loco. ¿Cómo puedes decir esto? Tú no estabas en México cuando Mathias diseñó las Torres’.”
El fraccionamiento de Ciudad Satélite era un proyecto del ex presidente Miguel Alemán Valdés y el banquero Luis Aguilar. Maqueta a marchas forzadas En cierto momento, al estar Barragán ausente de la ciudad de México, su secretaria comunicó a Goeritz que en cinco días Alemán y Aguilar irían a casa de Barragán a ver las ideas artísticas y paisajísticas de Satélite y le pidió que la maqueta de la entrada a la futura ciudad, específicamente encargada a Goeritz, debería estar terminada, escribió Rodríguez Prampolini en 1983. Para hacer la maqueta, “Goeritz podía contar con los ayudantes de Barragán.
Durante una agitada semana vivimos literalmente en casa de Barragán, Mathias y Mariana Gast –su primera esposa, quien después murió–, dos ayudantes y yo, que era como la hija de ambos, recortando torrecitas en cartulina y cartón según las instrucciones de Goeritz”. Rodríguez Prampolini indica que Mathias siempre ha sido un hombre de verticalidad. Goeritz se obsesionó por las torres mientras que Luis Barragan deseaba una enorme fuente. Previo a ello Goeritz había montado una exposición en Nueva York, con torres.
Al construirse El Eco, en 1953, que tiene la primera gran torre, lanzó su segundo manifiesto sobre la arquitectura emocional.
Estos proyectos lo influyeron para que en 1959, después de la muerte de su esposa Mariani Gast, comenzara la serie de obras bidimensionales conocidas como Mensajes dorados, obra monocromática que incluye a la hoja de oro como material espiritual. Goeritz definió a su proceso de producción artística como una oración plástica, dicha serie culmina con la exposición del mismo nombre en la Galería Carstairs de Nueva York en 1962.
Los Mensajes dorados fueron los precursores de su colaboración con Luis Barragán en el proyecto del altar de la Capilla de las Capuchinas en la Ciudad de México en 1963. En 1964 realizó la escultura de la Estrella de David, las torres y los vitrales de la sinagoga Maguen David, y en 1967 la celosía del Hotel Camino Real, en la Ciudad de México.
Un año después con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968, Mathias Goeritz promovió la creación de un circuito escultórico urbano conocido como La ruta de la amistad en el anillo periférico de la Ciudad de México, proyecto que incluyó el trabajo de más de una decena de escultores extranjeros que representaron a varios países. De 1978 a 1980 realizó una pieza colectiva en el Espacio escultórico en colaboración con los artistas Helen Escobedo, Manuel Felguérez, Hersúa, Sebastián y Federico Silva, dentro de uno de los terrenos de Ciudad Universitaria.
En este periodo realizó también el Laberinto de Jerusalén en Israel, mientras que en 1988 construyó la torre de la Fundación Miguel Alemán de la Ciudad de México. Para 1990 se terminó su obra Monograma AMT en Jerusalén, después de su fallecimiento el 4 de agosto del mismo año.
El Espacio Escultórico es una obra colectiva de Helen Escobedo, Manuel Felguérez,Matías Goeritz, Hersúa, Sebastián y Federico Silva, quienes suscribieron el Manifiesto del Espacio Escultórico. El texto pone de manifiesto el sentido colectivo de esta obra al señala que quienes en ella participaron intentaron “poner en práctica principios olvidados por cientos de años: buscar hacer del arte un acontecimiento para todos y para siempre, superando, al menos en esta experiencia, el voluntarismo individualista y caduco”.
Twitter del autor: @SamZarazua
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