Minetti es la historia de Thomas Bernhard sobre el gran actor alemán. Un homenaje, a la lucha constante de éste por pervivir en una escena que pronto lo deja tras bambalinas. Su arte poco se valora, casi siempre por la inmediatez de nuestros prejuicios visuales, por la demanda creciente de una belleza artificial circunscrita a modas e instantes vacíos, también a modelos dramáticos regidos por los mercados que pronto se agotan ante la oferta y demanda de un público con un pobre horizonte de consumo, reflejo de una sociedad que como dice el autor: vive sin inteligencia.
Un desfile de personajes que cruzan los monólogos de Minetti para burlarse de él, de sus aseveraciones y diatribas. Un carnaval de personajes, que bien podrían venir del pasado o hacer alusión a un publico irreverente, terrorífico del que no se puede esperar nada más que la burla pues no hay gratitud en el escenario sino olvido, un olvido por cierto que de la ingratitud del exterior termina asumiéndose como propio.
El actor, según la concepción clásica es una persona que crea, interpreta y representa una acción dramática basándose en textos, estímulos visuales, sonoros y otros pero, ¿qué pasa cuándo éste se niega a interpretar lo que los demás quieren que actúe y establecen como canon? ¿Qué pasa cuándo la idea del artista es superar al artista mismo siendo incorruptible y termina pasando por un loco, inadaptado que para los prejuicios, obras y zozobras de una época no logra ceñirse a las tendencias y las formas que la rigen y que también hacen a las estrellas lo que son: héroes que viven un momento y pronto caen en la amnesia de un público que habita la impronta de una época caracterizada por la desmemoria y es fanática del carpe diem es decir de vivir atrapa en la futilidad momento?
Minetti, es un viejo actor que llega a Ostende en medio de una tormenta de nieve al lobby de un hotel, donde tiene pactada una cita con un director de teatro que le ha ofrecido personificar el Rey Lear de Shakespeare, último personaje actuado luego de ser obligado al exilio por negarse a interpretar a los clásicos. Delante de él, una mujer que bebe champaña y luego una muchacha que espera a su novio, le servirán como pretexto para hablar sobre su historia como actor, sobre el baúl que arrastra y su contenido: una máscara que le hiciera el mismísimo James Ensor y que constituye su único objeto de valor.
Minetti está plantado sobre su propia suposición: el mundo no lo entiende —el espectador pocas veces entiende al actor. Ha vivido treinta años exiliado y confía que el actor puede sobreponerse a la condena de su entorno y hacer valerse como interprete, como un artista. Sin embargo, el mundo le falla, no obstante el declama su propia ruina: la memoria que le niega acceder a los episodios que han constituido su propio fracaso del que podemos darnos cuenta, él no se ha enterado porque espera (¿pero qué espera?). Espera una nueva puesta escena, como todo actor: volver a interpretar.
Esta puesta en escena dirigida por Eduardo Ruiz Saviñón, magistralmente interpretada por Mauricio Davison es original del aclamado escritor austríaco Thomas Bernard, reconocido por crear en sus lectores una suerte de adicción. Puede que todo radique en su estilo: alguien que parece se ríe de todo y todos, y a la vez su narrativa resulta, un trastorno de la tragedia que colinda con la comicidad a través de la ironía.
*Minetti de Thomas Bernhard se presentará todos los martes a las 20 hrs. en el teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque hasta el 1 de Septiembre de 2015.
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