Pegasos en la Ciudad de México, hay un sitio donde estas criaturas míticas se encuentran, el Palacio de Bellas Artes.
El Pegaso es una las criaturas míticas con mayor simbolismo dentro de esa constelación que, a lo largo de los siglos, se ha formado tanto en la cultura humana como en ese otro ámbito quizá menos evidente pero aún así palpable que es el inconsciente colectivo.
En la Ciudad de México, hay un sitio donde estas criaturas se encuentran, el Palacio de Bellas Artes, en donde de alguna manera, se podría pensar que su presencia es previsible. En efecto, desde su origen, el Pegaso tuvo un vínculo con los reinos sobrehumanos de la creación y la inspiración artísticas. Entre sus historias se cuenta que una vez, montado por Belerofonte, el único ser humano que lo domó, dio una coz sobre el suelo del Monte Helicón, en la Beocia, con lo que hizo nacer el manantial de Hipocrene, consagrado a las Musas y, según el mito, capaz de dotar de un notable genio poético a todo aquel que bebiera de sus aguas.
Tanto por los estilos arquitectónicos que confluyen en el Palacio de Bellas Artes –art decó y art noveau, sobre todo–, como por criterios de orden funcional, el imaginario de la mitología griega fue uno de los elementos imprescindibles de su diseño, de ahí que, en cierta forma, la presencia del Pegaso sea totalmente lógica como ornamento de un recinto dedicado completamente al cultivo de las manifestaciones más sublimes del espíritu. Adamo Boari comisionó al escultor catalán Agustín Querol y Subirat para la realización de las cuatro esculturas, hechas en bronce.
Según cuenta Héctor de Mauleón, Querol “había hecho unos Pegasos semejantes, que desde 1905 decoraban la parte alta del Ministerio de Agricultura de Madrid”, los cuales pensó como “alegorías del progreso”. Sobre la cifra, es posible que esta obedezca no solo a una perfección espacial elemental (la cuadratura), sino también a las propiedades numerológicas asociadas con el 4, el número terrenal que viene justo después del número divino, el número de los puntos cardinales pero también de la exploración y los viajes. La inspiración, parecen decirnos los cuatro Pegasos, puede venir de cualquier punto del planeta, llegar desde cualquier dirección.
En el diseño original del edificio, Boari proyectó que los Pegasos se localizaran en el cubo exterior del escenario, en donde figuraron durante casi una década, de 1911 (cuando llegaron por vía del puerto de Veracruz) hasta 1912, cuando fueron removidos y llevados a la Plaza de la Constitución, decisión tomada so pretexto de que su peso contribuía al hundimiento del Palacio y que, por otro lado, se recibió con polémica en la sociedad de la época, pues se dijo que las esculturas rompían con el estilo Colonial de la Plaza, además de que políticamente parecía un homenaje del gobierno de Álvaro Obregón al Porfiriato. Pese a todo, los Pegasos permanecieron en las cuatro esquinas del Zócalo capitalino hasta 1928, curiosamente, el mismo año de la muerte de Boari.
En la década de 1930, cuando se retomó el proyecto de finalmente concluir la construcción del recinto, el arquitecto Federico Mariscal dispuso que los Pegasos se colocaran en la explanada exterior del Palacio, sobre en nuevos pedestales, en buena medida porque parece ser que se consideró inviable situarlos en su sitio original.
Como otros elementos ornamentales del Palacio de Bellas Artes, los Pegasos están ahí para recordarnos la ambición del vuelo, la fuerza necesaria para emprenderlo, la gracia con que se realiza, cualidades poderosas de una metáfora elocuente: la posibilidad de ascender en las “alas del deseo”, por decirlo así, y trascender los círculos del mundo.
Imagen destacada: José Miguel S, flickr
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