Es ya conocida por las mayorías, la antigua tradición cristiana-romana de enterrar a arzobispos en las entrañas de sus santuarios, sin que el público supiese en dónde se encontraban los cuerpos. La palabra en latín cripta, cuyo significado etimológico quiere decir “esconder”, lo ilustra perfecto. El término de cripta fue utilizado en épocas medievales para llamar así a las cámaras mortuorias diseñadas de roca que se hallaban en los suelos y paredes de los recintos religiosos; bóvedas generalmente grandes que ocupaban toda la zona subterránea de una iglesia. La mayoría de ellas son diseñadas con cierto lujo, pues, al igual que sus espacios destinados a la oración, poseen una espectacular arquitectura celestial con curvas, pilares y motivos barrocos o neogóticos preciosos.
La Ciudad de México, como gran auge de la filosofía católica, diseñó también una gran cámara mortuoria en las profundidades de la Catedral Metropolitana. Se trata de un acervo de 10 mil criptas distribuidas en 14 capillas, que lleva por nombre tal cual la Cripta de los Arzobispos. Aunque suena a colección de cementerio, es real, nuestra Catedral monumental puede parecer muy pequeña desde fuera pero por dentro aguarda un excepcional universo cultural.
La Cripta de los Arzobispos se encuentra justo debajo del Altar de los Reyes, mandada a construir por el Arzobispo Monseñor Luís María Martínez y Rodríguez en 1937. A pesar de tener relativamente poco, la cripta aguarda hasta los restos del primer arzobispo de México, fray Juan de Zumárraga, quien murió en el año de 1548.
A su construcción, se encontraron numerosas piezas arqueológicas precolombinas, justamente porque en el espacio donde se levantó esta catedral se encontraba la Gran Pirámide de Quetzacóatl. Los objetos fueron trasladados al Templo Mayor pero en la cripta arzobispal se mantuvieron una calavera y una piedra de sacrificios.
La cámara se encuentra abierta al público y consta de un laberíntico pasillo que aguarda las criptas en sus laterales. Al llegar al mencionado Altar de los Reyes encuentras 79 nichos o cavidades de los cuales sólo 40 han sido usados. Los demás permanecen sellados con una gruesa capa de bronce. Algunas partes de este techo están forjadas con oro.
El salón arzobispal es custodiado por dos increíbles esculturas de monjes tallados en madera. En los muros laterales de esta misma cámara puedes observar cuatro catafalcos. Cuando muere un arzobispo, su féretro es resguardado en un catafalco durante 20 años para ulteriormente exhumar sus restos y colocarlos en las criptas correspondientes. La excepción fue un arzobispo que murió en 1977, el Monseñor Darío Miranda Gómez, cuyo cuerpo ha sido trasladado a una de las capillas superiores para ser estudiado, ya que a pesar del tiempo transcurrido desde su fallecimiento, aún no presenta signos de descomposición tan notables como el de los demás cadáveres.
Finalmente en esta bóveda sagrada encuentras la hermosa Cruz de Jerusalén, diseñada, con cristal policromado y talavera, para señalar los cuatro puntos del universo según la cosmovisión prehispánica. Resulta fascinante darnos cuenta que estas criptas religiosas son también, una alegoría poética a las cámaras mortuorias que se encontraban en los templos sagrados prehispánicos donde solían preservarse los cuerpos de los líderes tlatoanis, aquellos que, cuál mártires católicos, lucharon durante su vida por defender una causa religiosa.
La Catedral Metropolitana es un emblema crucial para la Ciudad de México. Elegante y un tanto apabullante, nos recuerda ese sincretismo cultural que dio vida a innumerables sucesos en el libro de nuestra historia. Recorrerla es un espasmo, siempre despierta la capacidad de admiración, y casi intuitivamente se conoce que ahí se guardan secretos: es la testigo más silenciosa de la ruptura entre la gran Tenochtitlán y la Ciudad de México.
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