lunes, 30 de noviembre de 2015

El hombre que rodeó todo el Valle de México, caminando durante 51 días

 Si bien cada perspectiva probable frente a un espacio, un paisaje o la vida misma, es única y por lo tanto valiosa, cuando pensamos en intimar con un área determinada quizá sea el caminar la mejor mirada a nuestra disposición. Lo anterior aplica sobretodo a porciones geográficas, por ejemplo una ciudad, un barrio o un bosque.

La Ciudad de México junto con su área metropolitana es famosa por su, para muchos, intimidante dimensión. Con más de dos mil kilómetros cuadrados de extensión, ocupados por más de veinte millones de personas, esta colosal urbe que, vale decirlo, además es una de las más vitales y eclécticas, incluso surrealistas, sugiere antes que cualquier otro el calificativo de inabarcable –quizá seguido por el de incomprensible.

¿Pero que ocurriría si alguien se propusiera, y completara, una caminata por su periferia, rodeándola enteramente? ¿La haría suya en un kilométrico abrazo? Las respuestas a esta interrogante pueden variar, pero en cambio lo que es un hecho es que alguien consumó precisamente este épico ejercicio hace unos años, y que la experiencia seguramente cambió su vida –lo que sea que esto signifique–.  

Tras una trayectoria de 700 kilómetros Feike de Jong, periodista holandés radicado en la capital de México, completó la catártica travesía recién descrita. Se trató, supongo, de una especie de ritual psicogeográfico que incluyó, inevitablemente, un diálogo entre su interior y el paisaje que, a cada paso, dejaba de ser eso, un espectáculo o un cuadro vivo, para materializarse junto, sobre, debajo de él.

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Por fortuna el protagonista de esta tenaz ruta dejó testimonios de su aventura, por ejemplo una breve crónica publicada en CNN, en 2010 (además, en diciembre de 2015 será publicado electrónicamente el  libro Limits: Explorations on the Edge of the Megalopolis of the Valley of Mexico).

Esta caminata fue una exploración de este espacio único, la orilla de la megalópolis del Valle de México. A veces fue una aventura; a veces monótona y cansada. Mis prejuicios fueron desmentidos por la recepción hospitalaria. Logré conocerme a mí mismo en el trazo de mis pasos sobre el mapa. Allí me dejé distraer: desviación. Allí estaba demasiado impaciente para avanzar: una bajada sobre un callejón de 1,000 escalones en la oscuridad, con el ladrido de los perros ladrando en mi cabeza.[1]

Un aspecto fundamental de la experiencia de nuestro caminante es que pudo comprobar, de la forma más tajante posible, aquella máxima de Alfred Korzybski, que advierte “el mapa no es el territorio”. Y es que no importa cuál fuese la idea que de Jong tenía sobre la Ciudad de México, indudablemente esta habrá terminado probándose como insuficiente, distante a la realidad plausible, ajena a lo que realmente existe ahí, en la periferia de este valle – milenario no solo en sentido geológico, también histórico, cultural.  

Aquí vale la pena reconocer que la aventura del holandés conlleva al menos un par de lecciones o recordatorios. Primero, que la ciudad se conoce viviéndola, experimentándola, y que mejor manera de hacerlo que caminarla, exponiéndonos a ella y a su legión de improbables estímulos. La otra tiene que ver con el hecho de que esta urbe es distinta, quizá mucho más intensa pero a la vez generosa, que lo que imaginamos; se trata de hacer consciente que la realidad urbana, aquella que se desdobla por los 2,072 kilómetros que ocupa el Valle de México, dista bastante de la imagen configurada a partir de nuestras suposiciones e inferencias.

Ya en un plano más ontológico, tal vez metafísico, pero que a la vez es una premisa esencial para la evolución del urbanismo contemporáneo –y que paradójicamente nos remite a una noción ancestral–, podríamos extraer otra lección a partir de la experiencia de de Jong: la ciudad es un ente vivo, una conciencia que va más allá de la vida aparentemente fragmentada que ocurre a su interior, un todo que es mucho más que la suma de sus partes. La conciencia de esto último muy probablemente cambiará, y de manera radical, la forma en la que experimentamos la ciudad.

En estos cortas días de noviembre y diciembre aprendí a ver esta gran ciudad como algo vivo, un gigante y un mago entre volcanes y lagos. Y yo era una mosca sobre su piel. Así nos conocimos, esta ciudad y yo.

 

Twitter del autor: @ParadoxeParadis

 

* Imágenes: Feike de Jong

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