Si pasas por la calle de Moneda, encontrarás un edificio de estilo renacimiento italiano, el cual alberga hoy al Museo de San Carlos y la Escuela Nacional de Artes Plásticas para estudiantes de posgrado de la UNAM, el cual a lo largo de su historia ha acogido a grandes artistas mexicanos de la talla de José María Velasco, Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, entre otros. Sin embargo, esta escuela de Arte tiene mucha historia, incluso las replicas escultórica que se hayan en su patio la tienen.
Inspirada en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, la Academia de San Carlos fue la primera escuela de arte en todo América.
La Real Academia de San Carlos de las Nobles Artes de la Nueva España era su nombre completo, una escuela creada en 1781 por el entonces Rey de España, Carlos III, para difundir en México artes como la pintura, arquitectura y escultura, pero prominentemente el arte del grabado, que ya de por sí destacaba talento en México. Cada año, el rey otorgaba una donativo generoso, así como el patrocinio de profesores doctos en la materia y material artístico. Entre esos amables regalos que recibía el instituto, se encontraron unas 200 piezas, replicas de esculturas griegas y romanas.
Hubo una vez en que el rey encargó al entonces celebre escultor Manuel Tolsá que hiciera un viaje por Europa para observar las piezas escultórica clásicas más relevantes para hacer réplicas y ponerlas en el nuevo instituto. El fin no solo era estético sino que estas piezas servirían a los estudiantes como modelo en clase.
Finalmente cuando se crearon en yeso, fueron envueltas en papel y empacadas cuidadosamente en cajas para transportarlas a la Nueva España. Pero no hubo navío que aceptara el reto de transportar tantas toneladas. Manuel Tolsá hizo de todo para hacer llegar las piezas a México y cuando finalmente logró transportarlas hasta Cuba (ni el mismo navío que había aceptado el reto completó el viaje debido a las terribles tormentas), tuvo que esperar seis meses para confabular el viaje hasta Veracruz, donde serían llevadas a “lomo de mula” hasta la Ciudad de México.
Lamentablemente en este trayecto las piezas se rompieron y el escultor pasó dos años de su vida intentando arreglarlas. Muchas de ellas hoy se encuentran en el patio del edificio.
Un segundo encargo se realizó años más adelante, esta vez fueron piezas italianas traídas del Capitolino y el Vaticano. La ronda de primeras piezas, aunque replicas de clásicos, aguardan una historia poco usual, una perturbadora travesía que, en la ambición de recrear una academia en México como ninguna otra, cursaron un exhaustivo viaje de cataclismos y obstáculos, lo que las convierte en monumentos emblemáticos de este colegio todavía más fascinantes.
Fuente: JIMÉNEZ Castro Elena, “Los pequeños secretos del Centro Histórico”, CONACULTA, México, 2014.
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