Septiembre fue un mes de reflexión para los mexicanos. La desaparición de estudiantes el año pasado por esas fechas, germinó, no sólo ensayos políticos sobre posibles respuestas, también empatía. Empatía reflejada a través de textos literarios (dígase con especial énfasis poesía y narrativa) o Arte visual a manera de demanda. Porque el fin primordial del Arte, si se recuerda bien, es humanizar. Humanizar a través de un objeto estético propio; un cuadro, una escultura, una frase, un sonido; traducir a partir de la materia algo imaginado, algo que no se conoce y por eso se crea y se regala al mundo.
Así, partiendo de estos dos puntos -humanización y empatía-, es como surge el Teatro invisible. En México las Artes Escénicas no son tan relevantes como en otros sitios de la orbe, sin embargo, no se necesita ser un experto de la materia para llevarlo a la práctica. De hecho, todos alguna vez lo hemos practicado. En este tipo de teatro existe un público, actores y también un escenario pero ninguno de los tres elementos se reconocen como tal. El escenario son las calles y los sitios públicos, el espectador, la gente que transita o espera y el actor puedes ser tú. En el teatro invisible nadie, excepto los actores, saben lo que está ocurriendo. Se puede ensayar el papel o improvisarlo, y llevarlo a práctica mediante la charla y el debate en voz alta. Ya sea en el transporte Metro, en la parada de autobús o en el parque. Cuando se habla en voz alta -y con entrañable pasión en la actuación- sobre un tema, la gente a tu alrededor presta atención. Es tal vez una forma de activismo poético, una acción lúdica para concientizar en las calles.
En su Poética, Aristóteles nos refiere a la catarsis como una purificación emocional provocada en el espectador por la interpretación de la obra. Una empatía entre actor-espectador, que orilla al segundo a experimentar las pasiones del primero y a concientizarse de un saber. En la Poética del oprimido -la obra de Agusto Boal, precursor del teatro invisible-, el espectador no delega poderes al personaje, sino que asume el papel protagónico. Dicho en palabras del autor: se libera de su condición de “espectador” y asume la de “actor” en que deja de ser objeto y pasa a ser sujeto, en que de testigo se convierte en protagonista. En el teatro invisible, esto ocurre en el momento en que al espectador lo hacemos parte del debate.
Generalmente el teatro invisible es de contexto social-político. Aunque puede ser adaptable. Un mercader del metro de la línea 1 en la capital, hace teatro invisible cuando, por ejemplo, te informa sobre los daños a la salud que causan algunas marcas de productos famosas, mediante el discurso de vendimia donde te ofrece por $20 pesos un documental titulado The Corporation. Y aunque las mayorías no opinan verbalmente sobre lo que dice este actor invisible, sí reflexionan introspectivamente. A diferencia del Teatro callejero clásico, en el invisible el vestuario es el de un ciudadano más, un fantasma que se evaporará en cuanto culmine su fin, que es el de generar empatía en los transeúntes por el mismo tema.
Invisible siempre recordará a fantasma. O a fantasmagoría, que hace referencia a un espectro ilusorio. Y la ilusión a veces suena a solución.
Twitter de la autora: @surrealindeath
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