Los mitos y las leyendas de nuestra ciudad son parte de nuestra historia. La propia Tenochtitlán se fundó a base de mitos; mitos sobre dioses y personajes superiores que le dieron enseñanza al ser humano, y que gracias a ello los indigenas construyeron una identidad. En México, el conocimiento hablado y compartido de boca en boca es una característica peculiar que no se encuentra en otros países. Y es gracias a esta tradición que muchas creencias extrañas han persistido con el paso del tiempo confabulándose como verdaderas.
Muchas de nuestras leyendas urbanas versan sobre fantasmas y apariciones espectrales, y tienen su origen en el México colonial, con la llegada de la Santa Inquisición. Ésta satanizaba toda clase de creencias espirituales ajenas al catolicismo y las consideraba hechicería y alta traición. Fue entonces que la figura del mito o la leyenda pasó a ser una creencia negativa, dejando de lado su misticismo por el que nuestra cultura es reconocida. Pero claro está, no todas se adquirieron por influencia de los conquistadores. Los aztecas ya tenían un antecedente mitológico muy horroroso.
Existe una leyenda espectral, la más antigua que se tiene hoy registrada en la ciudad, que ocurrió en épocas prehispánicas, diez años antes de la llegada de los españoles. De acuerdo con el libro de crónicas La ciudad que nos inventa, de Hector de Mauleón, existe un “cuento de espantos” que data a la época prehispánica. La Casa Denegrida o casa de Moctezuma, hoy ubicada en la sede del Palacio Nacional. En este aposento sin ventanas, de paredes negras y piso de basalto oscuro, se encerraba Moctezuma II a meditar. Se dice que fue aquí donde tuvo la mítica visión sobre las cosas más maravillosas y espantosas que le anunciaron el fin del mundo azteca: los ocho augurios. Esa noche de revelaciones, cuenta la leyenda, Moctezuma vio una gran llamarada de fuego, con tanto resplandor que parecía de día. Era el año 1509 y aún faltaba una década para la aparición de los foráneos en tierras indias, sin embargo, este suceso se repitió durante varias noches ante los ojos del huey tlatoani. Incluso los demás aztecas vivieron esa época con enfática extrañeza, pues ocurrían desastres y accidentes como si éstos anunciasen la llegada de la muerte.
Se cuenta que a partir de ese gran presagio y cada que Moctezuma entraba a los aposentos de su Casa Denegrida ocurrían todo tipo de desastres. En una ocasión, y de alguna manera metafórica, se incendió sin motivo alguno el templo de Huitzilopochtli -su dios de la guerra-, y ni un centenar de cantaros podían apagar las apabullantes llamas. Otro día, que también se encontraba en ese aposento oscuro, cayó un rayo sobre el templo de Xiuhtecuhtli —su dios del fuego, pero también una divinidad importante a la que se le veneraba para que los dioses nunca dejaran al hombre a su suerte.
Los presagios eran puntuales cuando Moctezuma entraba a meditar. Estuvo aquí cuando según el mito, el imperio azteca avistó tres estrellas juntas que corrían a la par muy encendidas; cuando “hirvió el agua de los lagos” y las olas, furiosas, entraron a las casas y también cuando unos cazadores le trajeron una extraña ave que contenía en su cabeza un espejo redondo, mismo por el cual Moctezuma pudo avistar el horror que le esperaba a su pueblo: la llegada de una “muchedumbre de gente junta que venían todos armados encima de caballos”.
Hector de Mauleón nos relata un par de situaciones más que presenció el tlatoani en este lugar místico, lleno de una energía impresionante: poco antes de buscar refugio -huyendo de todas estas tormentosas predicciones- en el “reino de los muertos”, el inframundo que se encontraba al final de un sendero en Chapultepec, Moctezuma fue presente de una serie de apariciones espectrales monstruosas: seres deformes y enanos con dos cabezas que desaparecían ante sus ojos. Fue aquí que también escuchó el famoso grito de “La Llorona” que decía: ¡Oh hijos míos, ya nos perdimos!, ¡Oh hijos míos a dónde los llevaré!”.
Este relato de horror es probablemente el origen de las leyendas fantasmagóricas en la Ciudad de México, un hecho sorprendente que nos hace recordar de dónde surgió el miedo a la muerte, que practicante era nulo en una cultura tan prodigiosa como la azteca, que hasta la fecha sigue venerando con fervor a la muerte.
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